a veces me da miedo no poder reconocer las caras en las fotos que tomo, por eso quizás es que no tengo fotos.
tampoco tengo fotos con mujeres porque esas hacen daño. de esas recuerdo todos los nombres, los apellidos, los perfumes, el acento, el largo en milímetros del cabello y todos esos detalles tan comunes en la memoria tormentosa de un retratista mental. luego entonces, ¿para que recordar sus caras? si es posiblemente lo único que puedo olvidar.
el problema con las fotos es que tienen efectos colaterales importantísimos, la turbulencia en el foco de la mirada y los espasmos abdominales se presentan comunmente cuando se cae al exceso de vistazos. la dependencia física se manifiesta con la ornamenta de los lugares de trabajo, las billeteras y los teléfonos móviles. la dependencia psicológica está más ligada a las fotos que nunca deseamos que existieran, pero que equivocadamente manifiestan su certeza material.
tengo más fotos de las que quisiera tener. todas ellas tienen personalidad y las he bautizado con un nombre propio. es mucha responsabilidad para mi apadrinar tantas fotos. pocas de ellas tienen que ver con alguien más, generalmente son tan independientes como su creador.
cuando dejo de reconocer los rostros en las fotos, un síncope de la personalidad se advierte en mí -o lo que queda de ese sujeto llamado yo- (bis).
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